martes, 31 de julio de 2012

Dublín, una ciudad para recordar




Apenas quedan unas pinceladas en mi mente de la primera vez que visité la ciudad, allá por el año 2000. Muchas cosas han cambiado desde entonces, no solo en Dublín, sino también en los ojos que la miran. De aquellos días de aventura, recuerdo una calle llena de gente y callejuelas encantadoras a los lados que casi pasaban desapercibidas entre la multitud.

Hoy, esas pequeñas y escondidas callejuelas son el mayor encanto y la esencia de una ciudad bendecida y castigada a la vez por el cielo, llena de agua y vida en todos los rincones. Cada una de ellas abre la puerta a un mundo nuevo de sensaciones, ocultas a los ojos que no alcanzan a ver más allá. Para la mayoría, Dublín es una ciudad pequeña, de gentes amables y sonrientes que impregnan de alegría los oscuros pubs. Para mí, es un conjunto de bellezas naturales por descubrir, unidas entre sí por misteriosas sendas llenas de sensaciones.

Entre nubes y tormentas, se refugia del paso devastador de los turistas ofreciendo banales vestigios de lo que es en realidad su belleza. Una fábrica de cerveza, un bar emblemático, una estatua y una canción, y los turistas parten felices habiendo conocido una ínfima y efímera parte de lo que la ciudad tiene que ofrecer. En cambio, cuando entre lluvias se ofrece una tregua, el capullo florece y abre el camino entre la maleza hacia el verdadero espíritu de Irlanda. Parques como Yveagh o Merrion demuestran que el verdor no se encuentra únicamente en la bandera, que la naturaleza es una piedra angular de la cultura irlandesa. Una sensación de libertad y paz impregna estos lugares sagrados que incitan a la reflexión y a la tranquilidad.

Pero Irlanda no es solo Dublín, ni Dublín solo es el centro, sino que extiende sus alas y abarca otros muchos lugares entrañables de los alrededores, como Howth, con sus increíbles rutas por los acantilados y el muro hecho de conchas violetas de mejillón, el puerto y el acogedor pueblecito de pescadores; Clontarf, el castillo y el parque de las rosas, donde una vez al año se celebra una fiesta vikinga digna de mención; y ya más alejado, en otro condado, pero que suele contabilizar como encanto de los alrededores de Dublín, Bray, las espectaculares vistas de la costa en tren y el sendero por el acantilado hasta Greystones, en Wicklow. Estas son algunas de las maravillas que hay que descubrir, en tan solo unas millas a la redonda, en esta isla plagada de riqueza y esplendor.

Tras todo este tiempo, es imposible olvidar ahora el olor a tierra húmeda, el sonido de las gaviotas al despertar, los paseos interminables por la ciudad georgiana, los parques y los ardientes colores del florecer de las rosas. Imposible saciar el ansia de descubrir más y de mantener las imágenes vivas en la memoria para experimentar las sensaciones una y otra vez. E imposible es también evitar el querer compartir esa experiencia y sensaciones con el mundo.